miércoles, 26 de octubre de 2011

ESCUCHA ESTE TEMA ( Caperucita en estos tiempos)

SIGNIFICADO DE LA FRASE meterse en la boca del lobo

Esto de meterse en la boca del lobo. No sé de donde viene el refrán pero, si es cierto que Caperucita no tiene reparo en ir a meterse en el bosque, donde hay oscuridad en pleno día, entonces el bosque debía estar precisamente allí, en la boca del lobo. Y el lobo de esta pequeña interpretación no era otra cosa que la noche. Caperucita iba a seguir el camino peligroso.
Aquí el relato debía ser claro. Y Caperucita debía tener otra opción. Debían ser al menos dos los caminos para que Caperucita tuviese la opción de “elegir”.
Estos dos caminos están presentes en muchas versiones. Solo que en muchas, antes de partir hacia la casa de la abuela, Caperucita es advertida y elige contrariar los consejos de su madre.
Por su parte, el lobo debía dar un motivo a Caperucita para tentarla a tomar el camino más largo. Que vaya contradicción, a nuestro entender, es el camino “fácil”.

Meterse en la boca del lobo: Entrar en un lugar que representa un serio riesgo para nuestra integridad, como si realmente uno hubiera metido la cabeza dentro de la boca del lobo. En inglés, se usa el león para el mismo dicho.

miércoles, 19 de octubre de 2011

LA ILUSION DE SER OTRO

"La ilusión de ser otro" es lo que, para la novelista argentina Claudia Piñeiro, nos ofrece principalmente la ficción a los lectores.
Y con esa definición tituló el discurso que dio en el 16° Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, realizado el mes pasado (más información aquí). En él (y en algunos de los pasajes que extractamos a continuación), repasó los distintos personajes que, en su trayectoria de lectora, fue "siendo":
La primera vez que recuerdo haber sido otra fue con un relato que me contaba mi abuela y que yo siempre le pedía que repitiera. (...)
Luego de ser la niña en ese día de lluvia fui muchos otros. Primero fui aquellos que encontré donde me llevaron mis maestros con sus indicaciones de lectura. Cuando supe leer, fui la que tenía en su cuarto “La mancha de Humedad”, de Juana de Ibarbourou. Y como ella dije:
“En esa mancha yo tuve todo cuanto quise: descubrí las Islas de Coral, encontré el perfil de Barba Azul y el rostro anguloso de Abraham Lincoln, libertador de esclavos, que reverenciaba mi abuelo; tuve el collar de lágrimas de Arminda, el caballo de Blanca Flor y la gallina que pone los huevos de oro; vi el tricornio de Napoleón, la cabra que amamantó a Desdichado de Brabante y montañas echando humo, de las pipas de cristal que fuman sus gigantes o sus enanos”.
Yo no tenía una mancha de humedad en mi cuarto, pero podía ser la niña que la tenía en el suyo, gracias a ese relato.
Más tarde fui la Jo de Mujercitas, nunca Amy. Aquella a la que le gustaba la escritura y se cortaba el pelo como un varón para enfrentar al mundo. Un poco más tarde me subí a un bote y naufragué; y quise matar una gaviota porque me moría de hambre en esos días en el mar pero cuando estuve a punto de comerla me arrepentí, como le sucedió al pescador de Relatos de un náufrago de Gabriel García Márquez. También fui el hermano varón de la “Casa Tomada” de Julio Cortazar, no Irene, la hermana, “una chica nacida para no molestar a nadie”.

Y así Piñeiro repasa todos los personajes (hombres, mujeres, viejos, niños...) con los que se fue identificando a lo largo de sus lecturas, mientras menciona qué libros la hechizaron desde su primera infancia.

martes, 18 de octubre de 2011

INCLUSION , UNA OPINION

Inclusión escolar




Blancas palomitas
El guardapolvo escolar es todo un símbolo si se trata de la historia de los sistemas educativos, en particular de nuestra escuela sarmientina. Es tanto símbolo de igualación social, estandarte de la defensa de la escuela pública, como objeto de disciplinamiento y vigilancia, o envoltorio de pretensión higienista. Vale señalar que el guardapolvo es según quién lo use. Distinta vara, ya sean ellos o se trate de ellas. Recuerdo hace poco tiempo escuelas que obligaban a las alumnas a asistir con el guardapolvo liberando a los varones de dicha exigencia.[1]
 El guardapolvo, que no siempre fue (ni es) blanco no tiene una definición única, estamos frente a un emblema controversial. Que además, nos ofrece algunas pistas para pensar la relación entre educación, igualdad e inclusión en la escuela. Nos permite poner bajo sospecha una asociación muy arraigada en nuestra memoria escolar: que la inclusión es sinónimo de homogeneización. Quizás, porque aún perduran en nuestra retina aquellas imágenes de multitudes de inmigrantes que en los albores del sistema educativo nacional, pasaron por la maquinaria escolar que les dio la bienvenida a quienes venían a poblar la Argentina. En realidad, más que bienvenir bien venía que los tanos, gallegos, polacos, y demás paisanos dejaran sus identidades en la puerta de la escuela. Que interrumpieran sus cocoliches para hablar nuestro castellano, que se calzaran la escarapela, y demás insignias celestes y blancas, que entonaran con firmeza el himno argentino, más allá de entender su letra, que incorporaran a nuevos próceres y gestas heroicas como nueva religión y todo eso como nuevo hormigón de valores para levantar un Estado y su Nación.
En este sentido, incluir fue sinónimo de homogeneizar. Todos y todas adentro, pero de la misma forma, con las mismas cosas y todo aquello que se mostrara como distinto era inmediatamente congelado como diferencia, en su versión negativa, es decir, como deficiencia. Diferencia que pasaba a constituir un objeto de vigilancia y de ser necesario, de castigo. Esas “otredades” debían dejarse en la puerta de la escuela, del lado de afuera o aprender a ocultarse.
Pensar críticamente esta equivalencia entre inclusión y homogeneización es parte del camino que hay que tomar en un debate sincero sobre los procesos de inclusión educativa, íntimamente ligado a la construcción de identidades, asunto complejo y contradictorio que atraviesa a adolescentes y adultos en el espacio común que comparten en las escuelas.

Éramos tan pocos…
La escuela secundaria es un claro analizador, en la medida que pone al descubierto imperiosas necesidades educativas así como sus más sensibles contradicciones. Tal como ha existido durante más de un siglo, se trata de un lugar para no tantos, por decirlo de alguna manera. Su diseño original ha sido fuertemente selectivo, tanto en la elección de sus alumnos como de sus contenidos, reglas de juego y permanencias. En 1914, solo el 3% de la población de nuestro país entre 13 y 18 años estaba escolarizada, recién en 1980 este porcentaje se elevaba al 38%. En 1991, alcanzaba casi el 60% para convertirse en el 71% en 2001[2]. Podemos afirmar que de tres cuartos del siglo XX a esta parte, se produce una acelerada ampliación de la matrícula en la secundaria. Un proceso de expansión primero, para convertirse en otro de masificación posterior. Hace algunos años se sancionó la Ley de Educación Nacional. (2006) estableciendo la obligatoriedad de asistir a la escuela a todos los adolescentes. He aquí una notable paradoja entre el diseño histórico de una escuela selectiva (asunto que no solo se mide por su formato, sino también por el modo en que se la piensa y se actúa en ella) y el ingreso de nuevas poblaciones. Más precisamente, se trata de pibas y pibes que son primera generación de sus familias entrando a la escuela secundaria.
Si los colegios le daban la espalda a ciertas portaciones de identidad de los pibes de los sectores medios, palpándolos de cultura juvenil en la puerta para que dejaran el rocanroll afuera, qué podemos imaginar para la masiva invasión de jóvenes de sectores populares ensanchando aún más la matrícula por la AUH[3] de las últimas horas. La escuela ahora es un desfile de gorritas y capuchas, y al rocanroll se le agregan la cumbia y el hip hop.
 Se piensa en un alumno que ya no esta allí
La inclusión de otros adolescentes en las escuelas es la contracara de largos y oscuros años de exclusión de gran parte de nuestra sociedad. Significa restitución de derechos y aún hay muchos adolescentes fuera de la escuela. Es medular una ley que establece la obligatoriedad. Pero es un nuevo punto de partida. La inclusión no se genera solo por una ley, tampoco puede imponerse. Se trata de un proceso a construir, de corto, mediano y largo plazo, que compromete varios asuntos. Por un lado, el de las decisiones de política educativa que garantice mejores condiciones edilicias, materiales, laborales, que respalden el sostenimiento de la inclusión y los desafíos pedagógicos que supone[4]. Por otro lado, la revisión de la representación de un ideal de alumno que ha sido dominante en la mentalidad pedagógica de la escuela secundaria, desconociendo o ninguneando otras formas de ejercer “el oficio de alumno”. Y aquí me parece necesario distinguir la condición de género en la construcción de alumnidad. Las chicas, al igual que en otras esferas de nuestra sociedad padecen discriminación en las escuelas. De quienes piensan que deben involucrarse con ciertas materias y no con otras, apartándolas en especial de aquellos desafíos del saber científico y tecnológico. Ni que hablar de las pibas fieritas que desafían el modelo de la “señorita normal” desparramando otras formas de practicar sus identidades femeninas. Es cierto que las chicas estén consumiendo más alcohol que en otras épocas y que se agarran a trompadas entre ellas, asunto que nos interpela para trabajar en la prevención de adicciones y de la violencia igual que con los muchachos, no para engordar el sentido común que estigmatiza con la novedad de la violencia de las pibas barderas.
Habrá que darse cuenta de que muchas veces se le habla a un alumno que ya no está allí. Ese que está es otro al que hay que conocer más y mejor.


 Incluir es meterse con los problemas del adolescente
Hace unos días, en una jornada de capacitación en Ensenada (Pcia. Bs. As.) un directivo de una secundaria agrotécnica afirmaba con lucidez y mucha convicción, que la inclusión tiene que ver con el compromiso que el adulto tiene con el alumno, y luego fue más preciso: incluir es involucrarse con el problema del adolescente.
Los procesos de inclusión implican múltiples desafíos, que son centralmente políticos y pedagógicos. Es decir, están ligados a un determinado ejercicio de poder cualquiera sea la escala que se trate, el Estado, la institución o el aula. Y significa poner en juego una diversidad de estrategias pedagógicas para que todos los adolescentes, cómo sean y dónde se encuentren (urbano, rural, privados de su libertad, hospitalizado, etc.) se transformen en alumnos, no para permanecer (estado que me suena a mantenerse, a un mientras tanto, pero en especial alude a un objeto) sino para aprender y crecer como sujetos y luego egresar de la escuela.
Incluir será asumir como ganada la apuesta a pesar de lo incierto de su resultado. Tiene que ver con la posición que se asume frente a la alteridad. Si se trata de otro que es amenaza permanente, haciéndole el juego a la construcción mediática del pibe gorrita, vago atorrante y peligroso. Si es un otro al que se intenta invisibilizar por distintos medios, ajustándolo al “no sabe no contesta”, o naturalizando que permanezca un tiempo, reincida y abandone. O si se trata de una alteridad que tiene cosas para dar, alguien que puede complementar a pares y adultos; que solo es cuestión de comprender que lo escolar siempre ha sido cosa ajena para él o ella, que nunca es fácil jugar de visitante y que estaría bueno que pudiera jugar de local.
Para cerrar, vuelvo al guardapolvo, símbolo de nuestra escuela pública, especialmente cuando se acerca fin de año y los alumnos y alumnas del último año se apropian de ese emblema, quizás como nunca, ensayando infinidad de colores, de graffitis, de deseos. Dibujando sus nombres y el de los otros, un ritual que anuncia despedida o fin de ciclo pero que abre contra viento y marea la necesidad de mostrar lo propio, de sacar a pasear ese trofeo con frescura y algo de irreverencia.


- Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Ex director de escuela secundaria. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.





[1]Luciana Peker lo señalaba con claridad hace unos años en el diario Página 12. Ver en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-1831-2005-03-22.html , consultado en octubre de 2011.
[3]Asignación Universal por hijo. Bien vale leer a Mario Wainfeld en http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-179078-2011-10-17.html del 17 de Octubre de 2011.
[4] Si bien se han construido muchas escuelas, aún se necesitan más, mejoras en las condiciones edilicias, de servicio eléctrico, de gas, conexión a internet. Más escuelas de jornada completa, incrementar experiencias de jornada extendida. Formación docente en servicio; sumar más profesionales a equipos interdisciplinarios para acompañar y fortalecer tareas pedagógicas e institucionales, y de relación con la comunidad. Mejorar la asistencia de docentes, entre otras muchas cuestiones.




http://alainet.org/active/50229&lang=es

lunes, 17 de octubre de 2011

UNA VERSION DE CAPERUCITA


Caperucita Roja de Roal Dalh

Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
la pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!"
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!"
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"
que aquí llamaba al Bosque la alimaña
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza.
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!. "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente,
Caperucita dijo: ¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!".
el Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revolver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.


Roal Dahl , Cuentos en verso para niños perversos.

sábado, 8 de octubre de 2011

LAS MIL VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA Pilar Muñoz Lascano
Desde Perrault hasta lo que llevamos del siglo XXI la historia de Caperucita Roja se ha narrado, repetido, modificado, puesto por escrito, cambiado, ilustrado, transformado y vuelto a contar. Charles Perrault incluyó esta historia de tradición oral en sus Cuentos de Mamá Oca en 1697. Se trataba de una leyenda bastante cruel destinada a advertir a los jóvenes sobre los peligros del bosque, espacio oscuro durante la Edad Media en contraposición a la ciudad o el pueblo. Con este objetivo, el escritor francés agregó al final una moraleja explícita. En 1812 los hermanos Grimm fueron quienes compilaron y pusieron por escrito la versión más leída hoy. Se trata de una historia más inocente ya que le agregaron un final en el que Caperucita y su abuela son salvadas por un cazador –devenido luego leñador o guardabosques-. Infinita es la cantidad de ilustraciones de diferentes estilos que han acompañado, y muchas veces enriquecido, la historia maravillosa más popular de todos los tiempos, al menos en el mundo occidental. Sólo algunos ejemplos dignos de ser nombrados: Caperrucita Roja de los hermanos Grimm e ilustraciones de Květa Pacovská, España, Kókinos, 2008. Las ilustraciones son verdaderas obras de arte. Caperucita Roja versión de Liliana Cinetto (basada en la de los hermanos Grimm) e ilustraciones de Mariano Díaz Prieto, Buenos Aires, Pictus, 2008. Y también son muchas y variadas las reescrituras del cuento clásico, ya sea desde la parodia, el humor o la transposición de género o espacio. Algunos ejemplos: Una caperucita roja de Marjolaine Leray, Barcelona, Océano Travesía, 2009.
Es un libro compuesto por poco texto -que requiere por parte del lector el conocimiento de la historia- e ilustraciones en negro y rojo y que nos muestra una Caperucita implacable y vengativa. Una historia con bastante humor negro que resulta atractiva para los más grandes (sobre todo los adultos) y tal vez no recomendable para los más chicos. Caperucita Roja, Verde, Amarilla, Azul y Blanca de Bruno Munari y Enrica Agostinelli, Madrid, Anaya, 1998. En este libro cada color construye una versión diferente de la historia: Caperucita Verde es amiga de las ranas y estas la salvan del lobo; Caperucita Amarilla vive en la ciudad y contempla cómo el tránsito urbano puede ser tan peligroso como el bosque; Caperucita Azul es pescadora y lucha contra un pez-lobo y Caperucita Blanca está cubierta por un manto de nieve que la hace invisible ante la mirada del lector –misterio que se resuelve con páginas en blanco-. Es posible contemplar esta versión como un juego en el que se desarma y rearma el cuento clásico apostando a la cooperación constante del lector. “Caperucita Roja y el lobo” de Roald Dahl. Texto incluido en Cuentos en verso para niños perversos, Buenos Aires, Alfaguara, 2008. Ilustraciones de Quentin Blake Se trata de una historia contada en versos rimados en la que Caperucita, más interesada por lo que cree un tapado de piel que por la apariencia de su abuelita, altera una de las preguntas del cuento tradicional. El comentario “¡Qué imponente abrigo de piel llevas este invierno!” provoca enojo en el lobo pero Caperucita se defiende matándolo con un revólver. El irreverente Dahl despliega una vez más su ilimitada transgresión y nos cuenta en el final que desde entonces Caperucita no desfila una caperuza sino una piel de lobo. “Cruel historia de un pobre lobo hambriento” de Gustavo Roldán. Incluido en Sapo en Buenos Aires, Buenos Aires, Colihue, 1989. Es un cuento que aporta al relato tradicional la visión de los animales del monte. Don Sapo, rodeado de los animales del lugar, es el encargado de narrar. Durante el diálogo, los juegos verbales generan equívocos humorísticos, y además se proyecta una burla al uso del “tú” y del “vosotros” que los humanos emplean cuando relatan estos cuentos. Caperucita Roja del Noroeste versión libre del cuento de Charles Perrault e ilustraciones e idea original de Walter Carzon, Buenos Aires, Albatros, 2008. Esta Caperucita es una guagüita que vive en la Quebrada de Humahuaca. El relato se alterna con pictogramas, algunos pueden resultar difíciles para un lector no acostumbrado al vocabulario de la zona pero el libro incluye –de modo un poco escondido- un glosario de pictogramas. También contiene una sección informativa sobre la cultura colla. Ideal para los defensores de lo regional y los pueblos originarios. Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge) de Luis María Pescetti e ilustraciones de O´Kif, Buenos Aires, Alfaguara, 1996. Mientras el padre narra la historia construye en su imaginación la iconografía clásica del cuento y al mismo tiempo el hijo que escucha reconstruye el relato en una versión contemporánea, influenciada por el cómic y con un toque de heroísmo paterno. Es un verdadero libro álbum y (casi) impecable. Resulta curioso que O´Kif sólo figure como ilustrador y no como co-autor ya que sin sus ilustraciones no habría historia. Otros ejemplos humorísticos: Lobo rojo, Caperucita Feroz de Elsa Bornemann, Buenos Aires, El Ateneo, 1991. Ilustraciones de Oscar Delgado “Pobre lobo” de Ema Wolf. Incluido en Filotea, Buenos Aires, Alfaguara, 2001. Ilustraciones de Matías Trillo. “Cinthia Scoch y el lobo” de Ricardo Mariño. Cuento incluido en Cinthia Scoch, Bueno Aires, Sudamericana, 1991. “Caperucita Roja II. El regreso” de Esteban Valentino, cuento incluido en el libro del mismo nombre, Buenos Aires, Colihue, 1995. Habla el Lobo de Patricia Suárez. Buenos Aires, Norma, 2004. Ilustraciones de Pez. Más transposiciones de género: “Caperuza cocinera” de Guillermo Saavedra. Poema incluido en Cenicienta no escarmienta, Buenos Aires, Alfaguara, 2003. Ilustraciones de Nancy Fiorini. “Carta a Caperucita Roja” de Elsa Bornemann. Poema incluido en Disparatario, Buenos Aires, Alfaguara, 2000. Ilustraciones de O´kif. Limerick de María Elena Walsh. Incluido en Zoo loco, Buenos Aires, Fariña Editores, 1965; ilustraciones de R. Varsavsky. Varias reediciones, actualmente en Alfaguara con ilustraciones de Perica. Pasaron más de 300 años y Caperucita Roja, narrada o recontada, sigue transmitiéndose y encantando. Caperucita miró a Lobo decepcionada. Ojos grandes, nariz afilada y amplia sonrisa, había dicho él... Maldito chat sin foto. (Chus Díaz)

CAPERUCITA EN 140 CARACTERES

La gula: En el bosque se está mejor, piensa la niña. Saca el pan, la mermelada, el mate y ¡que la abuela se joda! (Gabriela Baby) En la soledad del geriátrico, la abuelita lamenta no haber sido comida por el Lobo. (Adriana Sofía Baldessari) Por las noches, en la taberna, el Leñador trata de olvidar con el alcohol su complicidad con el Lobo. (Adriana Sofía Baldessari) Su abuela era un lobo. Su abuela era un lobo que se había comido a la abuela. (Salvador Biedma) Diván: -¿Podrá curarme, doctor? Yo sólo quería comerla. ¡Y empezó a criticarme la nariz, las orejas, la boca! ¿Qué soy, doctor? ¿Un monstruo? (Rubén Faustino Cabrera) Epitafio de la abuela de Caperucita Roja: "No me esperen para comer". (Alberto Chara) Clasificado: Permuto caperuza roja por protector auditivo y diafragma. Los aullidos de los bebés me están volviendo loca. (Ariel Díaz) La puerta abierta. Oscuridad y silencio. Caperucita traga saliva: tiene un mal presentimiento... Aun así, entra en la casa. (Chus Díaz) Caperucita miró a Lobo decepcionada. Ojos grandes, nariz afilada y amplia sonrisa, había dicho él... Maldito chat sin foto. (Chus Díaz) Llegó sólo 10 minutos tarde, pero Caperucita ya se había ido. El plan de Lobo había fracasado. Aquel día se quedó en ayunas. (Chus Díaz) "Es él", dijo Caperucita señalando al tercer sospechoso. Lobo palideció. Ogro, Bruja y Duende respiraron aliviados. (Chus Díaz) Harta de su doble vida, Caperucita le dio un ultimátum: "No aguanto más esta situación, lobo. Con los tres cerditos o conmigo". (Elisa De Armas) - Ay, lobo, ya no me devorás como antes. - Son demasiados años repitiendo el mismo cuento, Caperucita. (Elisa De Armas) Una mina, fanática del rojo (no de Independiente eh, sino del color) mató a su abuela y mandó una coartada ¡digna de escritor! (Verónica Enterrio) "¡Es una clara muestra de la inseguridad de los bosques!", grita una vecina de Caperucita frente a las cámaras de televisión. (Analía Fernández) Cuando dio el primer corte, el leñador comprendió que el plan urdido por Caperucita para acabar con el terror en el bosque había funcionado. (Sergio Frugoni) Altruismo: Hambriento, sí, pero ante todo humanitario, el lobo se conformó con la cesta de Caperucita. (Guillermo García) Especulador: El leñador dejó escapar al lobo. Luego se casó con la madre de Caperucita, única heredera de la opulenta abuelita. (Guillermo García) Timidez: Sin decidirse, el lobo miraba a Caperucita, dolorido e inmóvil, alejarse por el bosque para siempre. (Guillermo García) Cuando el Lobo me dijo "No sabés a la minita que me estoy comiendo", nunca pensé que sería tan textual. (Amigo del Lobo) (Walter Gomel) Bigote, camisa inflada de pectorales, gesto rancio de asco en la cara y escopeta en mano. De un tiro, termina al fin el zoofílico romance. (Gonzalo M)

EL GUACHO MARTÍN FIERRO

El Martín Fierro, remixado El poema, “traducido” a la clave marginal de hoy: el gaucho matrero es un pibe chorro. Por GABRIELA CABEZÓN CÁMARA
¿Quién sería Martín Fierro si Martín Fierro se escribiera hoy? ¿Dónde viviría y a qué se dedicaría? Todas estas preguntas tienen una respuesta escrita: llegó el Fierro remixado. Y demostró que sí, es un clásico, porque tiene eso que tienen los clásicos. Una vigencia asombrosa. Si el primero se ponía a cantar al compás de la vigüela, este, el de hoy, prefiere la “kumbia” villera. Al primero lo vuelven matrero la pobreza y una institución del Estado, el ejército y su leva. Al segundo, lo tornan chorro malo la misma pobreza y una institución distinta, la cárcel. Si uno padece a los oficiales y el trabajo gratis, el otro padece a los “pitufos” –presos “antipresos” que, según muchas versiones, en las cárceles roban, violan y matan bajo protección de miembros el Servicio Penitenciario– y “trabaja” gratis para los oficiales carcelarios. Los dos pierden mujer, hijos y casa. Los dos cometen dos crímenes sin sentido. Contemos uno, el primer asesinato. En el original, El Gaucho Martín Fierro , el que escribió José Hernández y se publicó en 1872, el gaucho mata porque está borracho. Le hace un chiste pasado de tono a una negra –le dice “vaca” y quiere seducirla–. El negro que la acompaña se enoja. Y Fierro lo mata. En la reescritura, El guacho Martín Fierro , de Oscar Fariña, publicado hace poco más de dos meses, el guacho mata por el mismo chiste. En vez de a un negro, a un boliviano. Los dos hacen el mismo comentario racista: uno dice “los negros”, el otro “los bolis”, y afirman que Dios (“D10s” en la versión contemporánea) los creó “para carbón del infierno” (“tizón” en el original). Si uno se pasa al indio después de robarse unas vacas, el otro se va a Paraguay con unas bolsas de soja ajena. Los dos rompen ese mito tonto, ese que sostiene que quienes son víctimas deben ser necesariamente buenos, como si hubiera alguna relación lógica entre la adversidad y el altruísmo, como si ser bueno fuera más fácil con todo en contra .
“El Martín Fierro es un libro muy bien escrito y muy mal leído. Hernández lo escribió para demostrar que el Ministerio de Guerra hacía del gaucho un desertor y un traidor . Leopoldo Lugones lo propuso como arquetipo. Ahora padecemos las consecuencias.” Seguramente fue una ironía: Borges sabía, como todos, que ni los gauchos malos ni los pibes chorros malos se cuecen al fuego de los clásicos de la literatura. Lamentablemente. Otras opciones se les abrirían. Fariña, claro, tiene lo suyo que aportarle al debate. Dice que el suyo “es un libro escrito a favor del Martín Fierro y en contra de las no lecturas: la idea general que hay sobre Martín Fierro es la del gaucho manso. No lo lee nadie, en el colegio los pibes lo padecen. Y es un texto muy rico, también desde lo ambiguo y atroz que tiene el personaje. Es un perseguido que reproduce la violencia de la que es víctima . Es un cachivache, eso, la imagen del cachivache”. Hernádez, según Fariña, quiso denunciar que “el gaucho estaba marginado por el Estado, a la buena de Dios. Pero a la vez, existía ese factor más intenso de otredad, el indio, que a mí me pareció equivalente al “pitufo”: es la misma idea de invasión que avanza arrasando con todo.” ¿Qué quiso denunciar Fariña? Que “ es super violenta la vida carcelaria en el país ” –los informes de Amnesty International le dan la razón–, “uno diría, bueno, la cárcel es para sacar a los delincuentes de circulación, pero no: se los apropian, porque después terminan trabajando para los policías y los guardiacárceles, el típico ejemplo, que está en el libro, es el de los que salen a robar para los policías”.