por Fabiana Margolis
Daniel Cassany es Licenciado en Filología Catalana y ha ejercido la enseñanza en varios centros. Desde 1993 es profesor de Análisis del Discurso en Lengua Catalana de la Universidad Pompeu Fabra. Ha escrito libros y ensayos sobre comunicación escrita y didáctica de la Lengua y dirige, desde fines de 2004, el grupo de investigación denominado Literacidad crítica, que aspira a desarrollar recursos para enseñar a los ciudadanos a leer la ideología de los discursos.
Invitado por la Fundación El Libro, Daniel Cassany ha estado presente en las Jornadas para Docentes y Mediadores de Lectura de la 21º Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires. Allí, luego de su conferencia (1), mantuvimos esta conversación acerca de las prácticas de lectura y escritura y cómo la escuela y las nuevas tecnologías inciden sobre ellas.
—En tu libro Describir el escribir (2) planteabas que no hay secretos ni magia en la actividad de escribir. ¿Qué significa esto?
—Esa frase hay que contextualizarla en una época en que eran más conocidas las investigaciones sobre la lectura, pero todavía no se conocían mucho las investigaciones sobre la escritura. Entonces este concepto tenía que ver con desmitificar algunas cuestiones relacionadas con la escritura, como que debemos esperar a que llegue la inspiración o la idea de que hay personas que saben escribir y personas que no.
—Entonces, ¿todos podemos ser escritores?
—Una buena metáfora es la de conducir. Creo que casi todos podemos conducir un auto para vivir en el mundo actual, si necesitas ir de un lugar a otro de la ciudad puedes hacerlo. Pero si tú quieres correr un Rally o ser un piloto de Fórmula 1, eso ya es más difícil, porque seguramente necesitarás talento. Y el talento es una cosa más inaprensible, que muy probablemente en parte tenga algo de nacimiento y en parte algo de desarrollo. Todos tenemos la posibilidad de desarrollar mínimas capacidades para poder circular por la vida “motorizada” que nos ha tocado. En este sentido, leer y escribir sería igual: está claro que hay personas que tienen más talento para escribir y otras que tienen menos.
—¿Hay “recetas” para aprender a escribir?
—Las hay. Sin embargo, las recetas te llevan a lugares comunes, son útiles para resolver el día a día, pero no son brillantes para encandilar a tu audiencia, para emocionarla o convencerla. Tampoco son malas las recetas… cuando tienes que escribir una cosa nueva que nunca antes has visto, lo primero que haces es buscar una receta. Pero luego aprendes a transgredirla y le das tu propio toque personal.
—También mencionabas que muchas de las supersticiones que giran en torno a la escritura, provienen de la enseñanza. ¿Te referías específicamente a la enseñanza en colegios secundarios?
—A toda la enseñanza… A hablar aprendemos de manera natural, entonces las ideas sobre el habla provienen más de la sociedad en general, de la familia, de los amigos, de la comunidad. Pero la escritura —por lo menos en nuestra cultura occidental— se desarrolla sobre todo en la escuela. No es así en otras culturas: por ejemplo en el mundo islámico, la escuela comparte el protagonismo con la mezquita, entonces la escritura está muy vinculada a la religión. Hay otras culturas como la de los eslavos, rusos y ucranianos donde es muy habitual que los niños aprendan a leer y escribir en sus casas. En Occidente esto no es tan común, aquí la mayoría de las ideas que tenemos de la escritura provienen de la escuela.
—¿Cómo debería ser entonces el rol del docente al enseñar a escribir?
—En este contexto debería tener que dejar de mirar la escritura como algo literario y verlo como algo mucho más funcional y necesario. No se trata de formar literatos sino formar ciudadanos letrados. El docente tiene que tratar la escritura de manera más científica.
—Retomando una idea que habías planteado en tu conferencia, ¿qué pasa cuando el profesor corrige un texto y se lo devuelve al alumno pero no hay posibilidad de comentar o compartir en clase las distintas producciones de los chicos?
—Yo creo que hoy en día aprender a escribir solo es una idea muy obsoleta. Los chicos escriben en Internet con ayuda de otras personas, se escriben entre ellos, se comentan, se responden. Los textos quedan allí, tú ves lo que hacen los demás. Cada vez más, la escritura es una cosa compartida, cooperativa. La escuela tiene que empezar a trabajar de una manera más conjunta y el docente es quien debe crear las condiciones adecuadas para que esto suceda. Una de las cosas que puede hacer es ayudar a los alumnos a mejorar sus textos, haciendo correcciones, hablando con ellos y propiciando el diálogo. También puede plantear consignas para que los alumnos escriban en parejas o en pequeños grupos.
—¿Cómo debería apropiarse la escuela de estas nuevas tecnologías que supone el uso de Internet?
—No es una pregunta sencilla, porque se trata de un proceso bastante complejo. Hay en primer lugar un tema económico de adquisición de medios, que no significa solamente la adquisición de máquinas sino también la instalación de wi-fi potentes que soporten el acceso de tanta gente al mismo tiempo, instalación de redes eléctricas para el suministro de energía, creación de materiales didácticos para que tenga sentido el uso de las computadoras, formación de los docentes para que sepan utilizar todo eso. Es un cambio muy profundo que difícilmente va a suceder en poco tiempo. En algunos países que están más avanzados en este proceso dan a entender que hay un cierto desencanto porque circulan ideas mágicas que suponen que teniendo una computadora todo cambiará de golpe, los chicos aprenderán más y tendrán menos dificultades. Poner una máquina es sencillo; sin embargo, cambiar los hábitos de las personas, modificar su forma de comunicarse a través de este instrumento, es mucho más lento y difícil.
Consultado sobre el libro de texto, Daniel Cassany sostiene que la enseñanza se basa mucho en su implementación y al mismo tiempo se trata de una industria que genera muchos puestos de trabajo. “Si hay laptop no hay libro de texto”, afirma y enseguida se pregunta: “¿qué hacemos entonces con él? Yo creo que no existe el libro de texto en Internet, ya que allí hay una enorme cantidad de recursos y si puedes navegar no tiene sentido que estés atado a un libro de texto. Precisamente lo interesante es eso: tener acceso y visitar muchísimos lugares. El libro de texto de nuestros abuelos era la enciclopedia donde estaba todo: lectura, aritmética, cálculo, historia. La historia del libro de texto es la historia de la diversificación”.
—Hablaste en un momento de “construir un tercer espacio”. ¿Podrías contarnos qué significa?
—Tenemos, por un lado, prácticas vernáculas, creadas por los chicos, y, por otro, prácticas escolares, que son las oficiales, las legitimadas. La idea sería construir un tercer espacio —que no es físico sino mental— donde sea posible establecer conexiones entre los dos mundos. El conocimiento oficial conecta con las necesidades de los alumnos y se convierte en algo vernáculo que les gusta incorporar a sus prácticas habituales. Por otro lado, es posible relacionar lo vernáculo con elementos de la tradición cultural, de la alta literatura y entonces adquiere más sentido y se revaloriza la práctica vernácula.
A la pregunta sobre cómo se forman lectores, Daniel Cassany responde que “para aprender a leer necesitas libros, pero también precisas que alguien te muestre cómo conectarlos con tu vida. Una cosa es la disponibilidad de material: tú tienes que tener libros para poder aprender a leerlos. Otro aspecto es el acceso y esto tiene que ver con que alguien te muestre cómo se utilizan, porque a lo mejor, alguien que no sabe los pone debajo de la silla para estar más alto o los utiliza como objetos decorativos. Implica también darte cuenta del beneficio que tienen para ti y cuando esto ocurre es cuando tú empiezas a generar motivación para aprender a hacerlo y lo personalizas”.
Notas de Imaginaria
(1) La conferencia “Literatura juvenil electrónica: remix, fanfic, posts y blogs” —pronunciada el viernes 22 de julio de 2011 durante las 21º Jornadas para Docentes y Mediadores de Lectura en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires— se puede ver completa en el sitio de Daniel Cassany dentro de la página web Universidad Pompeu Fabra.
(2) Cassany, Daniel. Describir el escribir. Cómo se aprende a escribir. Barcelona, Editorial Paidós, 1988.